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A todos aquellos que recorren día a día el camino de retorno hacia uno mismo.
El Propósito es encontrar la unidad con el Universo, con el que nunca hemos estado separados.

miércoles, 30 de enero de 2008

TAISEN DESHIMARU -----MAESTRO ZEN



Nunca le llamamos de otra manera que no fuera Sensei. Para nosotros, el gran Buda Deshimaru, era Sensei; en castellano "el antiguo", un nombre bastante simple: en Japón se llama así al abuelo de la familia o al maestro de escuela. Para aquellos que lo conocieron, que representaron tal vez aún más que sus propios hijos, Sensei significa...
Tal vez significa noventa budas que se encarnan de repente delante de nosotros sin vanidad alguna. Es tan sorprendente, y tal vez tan peligroso, como lo es ganar en la lotería, pero una vez millonario, uno se acostumbra a ese estado muy rápidamente y al cabo de algunos meses esa situación nos parece casi normal. Y luego, un día, sin esperarlo nos encontramos sin un céntimo porque lo gastamos todo, se acabó; sólo nos queda recordar lo que hicimos con ese dinero cuando éramos ricos.
Recuerdo la ceremonia de inhumación de las cenizas de Sensei en el Templo de La Gendronnière, después de haber traído sus cenizas, yo y otros discípulos, desde Japón. Me habían pedido que hiciera un pequeño discurso y dije esto:
"Sensei !!!
¿Dónde está ahora?
En esta urna hay huesos y cenizas.
De sus rodillas,
De su nuca estirada,
De sus manos en zazen.
¡Despojado del cuerpo y del espíritu!
Su cuerpo en la tierra,
Su espíritu en el cosmos
Y su enseñanza, sus discípulos, aquí, allí, frente a usted,
No están separados, son una unidad.."
Después leí un poema escrito por nuestro maestro en la forma zen más tradicional:
"El largo mugido del buey de piedra planea sobre los campos,
Afuera sólo es vacuidad..
El relincho del caballo de madera resuena en el valle,
Las montañas han ocultado la luna."
Este poema que usted escribió, no podemos explicarlo con palabras pero parece perfectamente adecuado para la situación. E incluso si no tenemos el satori, debemos continuar su enseñanza.

Sensei nos decía :
"Antes de convertirse en Buda, deben convertirse en un hombre verdadero, entender la verdadera especificidad del ser humano."

En un texto zen muy antiguo, está escrito :
"La verdadera naturaleza de nuestra ignorancia es, en sí misma, nuestra naturaleza de buda. Este cuerpo, vacío e ilusorio, es, en sí mismo, el cuerpo de la Ley."

El Maestro Deshimaru, aún antes de convertirse en un Buda viviente, era cien por cien humano. Personificaba no sólo a la especie humana en su mayor alegría y generosidad, sino que sus amigos decían de él que era el último japonés de una época que llegó a ser mítica, aquélla de las historias antiguas de Japón. Nos transmitió el zen, pero también mucho de la cultura popular de su país. No imagináis cómo esta cultura es complementaria de la cultura francesa, tanto como los dos hemisferios del cerebro son indispensables para el buen funcionamiento de la mente.

"Un elenco de artistas trashumantes daba un espectáculo al aire libre y los espectadores rodeaban el tablado donde actuaban. Perdido, allá, lejos del gentío, había un enano que, por supuesto, no podía ni ver ni escuchar lo que pasaba sobre el escenario. Sin embargo, cada vez que la gente se reía y aplaudía, el enano también se reía y aplaudía; cada vez que la gente lloraba y se lamentaba, el enano también lloraba y se lamentaba."
Ésta es una vieja historia que su madre le contaba cuando era pequeño antes de dormirse.

Yasuo Deshimaru nació en 1914, el 29 de noviembre, en un pueblecito del sur de Japón, río abajo del Chikugo, que serpentea sobre la planicie de Chikusi, cerca de la ciudad de Saga. Su infancia transcurrió en la atmósfera de un Japón rural, aún muy tradicional. Su padre era un pequeño armador; presidía las sociedades agrícolas y de pesca del pueblo. Era muy autoritario y soñaba con un futuro brillante para su hijo:
"Mi hijo tiene que ganar mucho dinero y llegar a ser alguien importante, ¿por qué no ministro?¿O un gran empresario?"
Siempre se lamentó de que Yasuo concediera tanta importancia a la religión y derrochara tanta energía en seguir y ayudar a su maestro, Kodo Sawaki. Hasta su último día, exhortó a su hijo a que fuera serio y que se concentrara con determinación en triunfar socialmente y ganar mucho dinero para poder honrar a la familia. Cuando su padre murió, Sensei sintió verdadero dolor, dividido entre el deseo de cumplir con la voluntad de su padre y la necesidad visceral de seguir su vocación religiosa. Habló acerca de eso con su maestro Kodo Sawaki, y le expresó, como ya había hecho numerosas veces, su deseo de convertirse en monje. Pero como las otras veces, el Maestro Sawaki lo echó, y, esta vez le dijo:
"No debes defraudar a tu padre. Concéntrate en lo que te pidió que hicieras. El zen no está separado de la vida, debes experimentar todo: el éxito y el fracaso, la riqueza y la pobreza. Tal vez, un día, con tu experiencia - si es que no te hundes bajo el peso de tu karma y te olvidas del zazen - podrás ayudar a los demás. "

Entonces consiguió un empleo como gerente de una fábrica de galletas y se casó, aunque habría preferido la vida de monje. Fue justo al tiempo del nacimiento de su primer hijo - un varón - cuando estalló la guerra y Deshimaru, equipado con el rakusu de su maestro, partió rumbo a Indonesia.
En cuanto a su madre, era todo lo contrario a su padre: llena de compasión y de una gran delicadeza, creía con fervor en el Buda Amida. El Buda Amida es el que salva a todas las existencias; su compasión es tan grande que dice: "Hasta los buenos serán salvados. ¡Con más razón, los malos!" Su mamá no pasó un sólo día sin rezarle. Era tan respetada en el pueblo que mucha gente se preguntaba si no sería una encarnación de la diosa Kannon. A través de su ejemplo, inculcó desde la infancia profundos sentimientos religiosos a su hijo. Yasuo tenía dos hermanas mayores y dos hermanas menores; era el único varón en medio de estas cuatro hijas.

Como en ese momento en el pueblo no había escuela primaria, durante su primera infancia, Yasuo fue criado, principalmente, por su abuelo; un apuesto buen mozo que tenía una fuerza extraordinaria, aunque ya estaba bastante viejo. Maestro en el arte del yawara (arte marcial ancestro del judo y del jiu-jitsu), enseñó durante el periodo Meiji a importantes samurais. Por tanto, enseñó a su nieto los rudimentos de su arte aún antes de que supiera escribir y lo mandaba a rodar por las esteras sin preocuparse por el tamaño del niño. Con lágrimas en los ojos, Yasuo apretaba los dientes y volvía al ataque gritando: "¡Obangyaka!" (Viejo bandido).
Pero incluso cuando ya era realmente anciano, el abuelo aún conseguía colocarle un "ashibarai" que lo lanzaba volando antes de caer pesadamente al suelo.

Es realmente difícil para nosotros entender la mentalidad japonesa; primero, porque Japón es una isla (y ya sabemos que todos los isleños han sido siempre bastante originales comparados con los habitantes del continente), y segundo, porque dicho país ha pasado en poco menos de un siglo, de la Edad Media y el Feudalismo a la más absoluta modernidad en un sistema democrático. El Maestro Deshimaru es uno de esos hombres que han conocido el tránsito entre esas dos eras y que han sabido adaptarse a esa situación de una manera absolutamente asombrosa.
Al finalizar la escuela primaria, el joven Yasuo conoció a un gran profesor de dibujo cuyo nombre era Tanahaka Suishi, quien le enseñó el arte del sumi-e japonés. Durante todo un periodo Yasuo se apasionó con la acuarela japonesa. Al cabo de unos años, como era el alumno preferido de su profesor, éste lo empujó a entrar en la escuela de Bellas Artes de Ueno, en Tokio. El maestro estaba convencido de que Yasuo llegaría a ser un gran pintor. Pero cuando Yauso tuvo la desgracia de comentarle esta idea a su padre, la reacción de éste no se hizo esperar: "¡Pongo a Dios por testigo! ¡Mientras viva, nunca serás pintor! " Diciendo esto, le pegó una patada: "Como eres mi hijo, será mejor que entres inmediatamente en una escuela de negocios, ya que un día tendrás que ocupar mi puesto." Esas palabras dejaron desconsolado a Yasuo, que comprendió que nunca iba a poder realizar uno de sus sueños de infancia más queridos. El deseo de su padre era que entrara en una gran escuela (una escuela de negocios, e incluso una escuela militar) que, en aquella época, eran gratuitas. El padre de Yasuo, que había combatido valerosamente durante la guerra Ruso-Japonesa, hubiera deseado que su hijo, aprobara en primer lugar en el ejército...
Así, abandonando muy en contra de su voluntad su proyecto de entrar en la escuela de Bellas Artes, Yasuo tuvo que presentarse al examen de ingreso de la Escuela Militar. Por suerte, durante la revisión médica, resultó ser miope y fue declarado exento.

La promoción en la que debía haber tomado parte fue diezmada en el frente durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Si no hubiera sido declarado exento, habría tenido muy pocas opurtunidades de escapar a la hecatombe, más aún cuando, debido a su carácter, seguramente habría luchado en las primeras filas, listo para correr grandes riesgos.
Entonces, lo que fue considerado mala suerte por el padre, resultó ser una suerte para el hijo.Después de este fracaso que lo preservó del ejército, su futuro le parecía bastante negro. Terminó presentándose humildemente en el Colegio de Saga, cuestionándose con ansiedad qué pasaría con él. Un poco más tarde, debido a la insistencia del padre, Yasuo tuvo que aceptar abandonar los estudios para ayudarlo en su trabajo. Cargaban carbón dentro de sus barcos a vapor en las minas de Mike; después, iban río abajo y paraban para entregarlo en todas las fábricas de ladrillos por las que pasaban. Trabajaba con estibadores muy fuertes que le dieron la responsabilidad de pesar los sacos de carbón. Una vez, en sus inicios, cuando todavía estaba a disgusto en su trabajo, resbaló en la pasarela que unía el barco con la orilla y fue a parar al lodo. Como estaba completamente enfangado, los estibadores tuvieron que juntar todas sus fuerzas para conseguir sacarle de allí. Empapado, manchado de lodo, se echó cuan largo era sobre la orilla y se preguntó si su destino no sería caerse sin cesar en el lodo...
Cuando volvió a ver a su primo Tamotsu, éste estaba en uniforme de estudiante y él en ropa de trabajo. El oficio que quería imponerle su padre no le satisfacía mucho pero, por suerte, el padre terminó aceptando que Yasuo no deseaba en absoluto llevar la misma vida que él y sucederlo en sus negocios. De manera que adoptó a un joven que, más adelante, pudiera ocupar su lugar, lo cual era entonces una costumbre habitual en Japón. Yasuo pudo por tanto retomar sus estudios. La familia Majima, una familia del vecindario, de Saga, le ofreció una habitación en su casa para que pudiera trabajar allí. Es aquí donde tuvo su primer encuentro con el Maestro Kodo Sawaki, quien un día iba a transformar su vida por completo.

Sensei contaba: "Sawaki, que, por aquel entonces vivía en los alrededores de Kumamoto, bajaba de vez en cuando a Saga para dar alguna conferencia. Durante esos días le daban mi habitación y yo tenía que dormir en otro cuarto. Un día, cuando vio esto, me llamó y me dijo: "¡Pero quédate y duerme aquí!" Y me ayudó a transladar mi cama y mis cosas a su habitación. Yo tenía dieciocho años, en esa época, y Kodo Sawaki alrededor de cincuenta. Caí inmediatamente bajo su hechizo. Vestía muy modestamente, con un viejo kolomo marrón descolorido, y llevaba siempre una especie de bolsa alrededor del cuello. No obstante, su porte majestuoso imponía respeto. "Deshimaru! -me decía con fuerte voz cuando entraba a mi cuarto.-¡Vengo a molestarte otra vez!." Y sacaba de su bolsa de monje unas galletas de sésamo. Cada vez lo quería más y lo admiraba; sin embargo, no podía decidirme a ir a escuchar sus conferencias. El zen y el zazen eran, para mí, parte de las actividades religiosas prohibidas, porque mi familia pertenecía a la secta "Jodo Shin Shu". El mismo Maestro Kodo Sawaki nunca dijo una palabra del Zen; simplemente, tomábamos el té y comíamos pastas juntos y dormíamos en el mismo cuarto.

Particularmente me acuerdo de que una noche de verano, húmeda y pegajosa, cuando estábamos acostados debajo de la mosquitera y me había dormido, oí que se movía y daba una palmada. Esto me despertó. Eran los mosquitos: había una cantidad increíble dentro de la mosquitera. Miré con detenimiento y vi un gran agujero. "¡Vaya! ¡Estos mosquitos son realmente corrosivos!" dijo Kodo Sawaki, tratando de tapar el agujero con una almohada. Yo no veía adonde quería llegar. "¡Bueno! ¡Al menos los que están fuera no entrarán!. Pero, ¿Qué vamos a hacer con los que están adentro?. Los podemos matar uno por uno, pero ¡mucho me temo que eso nos va a llevar toda la noche! Creo, -dije- que lo mejor sería quitar el mosquitero y volverlo a poner de nuevo. Tienes razón - me dijo - ¡Vamos allá! ¡Ah, Saga es realmente un pueblo plagado de mosquitos! ¡Por suerte sabes como manejarlo!" Mientras sostenía el mosquitero en alto, yo cazaba los mosquitos con un abanico. Por fin, después de muchas persecuciones, pudimos volver a instalar el mosquitero. Pero una vez acostado, me di cuenta de que quedaban algunos dentro: "¡Maestro, quedan algunos!.." No hubo respuesta. Estaba roncando tranquilamente y yo ya no pude dormir. "¡Es increíble!¡Es más duro que uno de Saga!"
Yasuo continuó su adolescencia soñando con las Américas y el éxito mientras proseguía sus estudios de economía, soñando con la pureza y el idealismo mientras estudiaba Budismo en la Universidad. Budismo Teórico, por supuesto. Aunque, un buen día, cuando estaba en el tercer curso de estos mismos estudios y seguía con gran interés los cursos de Moral Budista del Profesor Asahi, así como sus comentarios a cerca del Mumonkan y del Hekiganroku (textos ineludibles de la literatura zen), este último y uno de sus amigos consiguieron convencerle de que participara de una sesshin de Zen Rinzai en el templo Enkaku-ji. Aunque en esta época Yasuo tenía la sensación de estar cometiendo una herejía y de traicionar el "Jodo Shin Shu", sentía un gran respeto por el profesor Asahi y al final, decidió ir a Uinokama en lugar de volver a Saga, como hacía todos los fines de semana. Allí descansó un poco antes de empezar la sesshin. Al día siguiente, pasando por debajo de la gran puerta, penetró en el Templo Korin-ji: ésta fue su primera sesshin.
"Nos despertaron brutalmente a las dos de la mañana - dice Deshimaru -. Me pregunto si no sería el entrenamiento habitual de kendo, del cual yo era quinto dan en aquel entonces, lo que me daba una actitud involuntariamente arrogante; además el joven monje encargado de dar el kyosaku y de vigilar las posturas se ensañó con mi espalda durante los ocho días que duró la sesshin. Con repetidos golpes de los grandes kyosakus que se utilizan en el Rinzai Zen, me pegaba en los hombros ya rojos e inflamados. En los ocho días que llevaba allí, ni siquiera había visto al Profesor Asahi, ni a ningún maestro sensato ser el dirigente de esta seshin. Empezaba a preguntarme si este Zen, acerca del cual tanto había oído hablar, no consistía simplemente en ser golpeado por estos jóvenes monjes. Estaba pues en plena duda cuando, por inadvertencia, cansancio o distracción, el monje torpe y sádico, que se ensañaba conmigo desde hacía varios días, falló el golpe y me dió en la cabeza. Entonces, tal vez sea eso a lo que llaman satori, me olvidé de todo y me encontré, no sé cómo, de pie con el kyosaku entre mis propias manos, atizando al joven monje como se merecía. Surgieron monjes de todos lados y los mandaba a volar por los aires gritando esos grandes "kwats" que tanto aprecian los Rinzai. Querían Zen, ¡iban a tenerlo! "¡Escúchenme bien todos ustedes! ¡Su Zen no tiene nada que ver con la religión, es sólo violencia y fascismo! ¡Nunca más voy a respetarlos y nunca más en mi vida voy a practicar zazen!"
Yasuo hizo r&aacutepidamente su mochila y dejó atrás templo y montaña. Se fue a buscar al Profesor Asahi, que vivía en el templo Joshi-ji, y le contó toda la historia, le habló de su indignación y le explicó que había decidido volver a casa. El Profesor soltó una gran carcajada. ¡Desde que existe ese templo no se ha visto ni oído una historia semejante!
A lo mejor no conocen los preparados japoneses: son grandes boles de pasta al estilo chino que se toman en cualquier pequeño tenderete de la esquina. No saben lo deliciosos que están, sobre todo después de ocho días de privación. Bueno, Deshimaru asegura que se tragó siete de esos boles antes de saciarse. Por el momento, Yasuo Deshimaru no había encontrado la forma religiosa adecuada para él y, aunque continuaba estudiando con su Profesor de Budismo, puso más concentración durante el siguiente periodo en sus estudios de economía y su sueño de América. Estos dos mundos que lo atraían eran tan diferentes, tan contradictorios:
es raro que los economistas se interesen por cuestiones religiosas; por otro lado, los Maestros Budistas nunca tienen en cuenta los problemas económicos, que sin embargo, determinan la vida cotidiana de cada uno. ¿Por qué era así?. ¿Por qué semejante incompatibilidad?. ¿Nuestra existencia no está acaso influenciada por unos y otros?. Para el adolescente que era, ésa era una pregunta crucial. No podía encarar el hecho de que el seguir un ideal espiritual pudiera obligarlo a dar la espalda a las ventajas que la civilización materialista le podían procurar.
Pensaba que el que elegía la vida espiritual estaba condenado a vivir en soledad y a alimentarse de sopa de arroz. En el mundo de los negocios, la honestidad de un hombre así le hubiera valido las peores vejaciones y, encima, le habrían ridiculizado. Por otro lado, aquél que no buscara más que el éxito, y el disfrute material, se encontraría a sí mismo arrastrado a una despiadada competición hecha de cálculo, traición y desconfianza, en la que no llegaría más que a perderse a sí mismo. Estos dos mundos parecían incompatibles y sin comunicación entre ellos. Coexistían ignorándose mutuamente. A Yasuo le parecía que conocía esta situación desde su más tierna infancia, entre un padre de una integridad absoluta, pero profundamente materialista y una madre que no vivía más que para la fe. Incluso si vivían en una aparente armonía, sus opiniones y visión del mundo eran irreconciliables, como lo son la espiritualidad y el materialismo.

En aquel tiempo de la post-adolescencia en la que Yasuo Deshimaru se buscaba a sí mismo, sentía unas enormes ganas de conocer mejor el mundo occidental. Se propuso, pues, estudiar el inglés muy en serio. Sus profesores, americanos y japoneses, eran todos muy severos y le obligaron a aprender a base de interminables listas de palabras difíciles de pronunciar para un japonés- en esta época
en la que el inglés no era, como hoy, oído y hablado en todas las partes del mundo. Sin embargo, Yasuo se empeñó con tenacidad. El domingo, para estar en un ambiente anglófono, asistía a los oficios de la iglesia baptista y aprendía capítulos de la Biblia. En este momento, descubrió con interés la religión judio-cristiana -sobre todo porque la hija del pastor, que enseñaba religión y también inglés, estaba lejos de dejarle indiferente. El joven Yasuo tomó un profundo placer a frecuentar a esta joven, gracias a la cual, descubriría toda la cultura occidental. De cuando en cuando, ella organizaba reuniones en las que enseñaba los bailes de moda. Le sedujo su brillante inteligencia y un sentimiento amoroso pronto se mezcló con el interés cultural, que retiró de sus visitas. El mundo japonés cambiaba, mundo que había permanecido tanto tiempo y voluntariamente encerrado en sí mismo. Las diversas influencas políticas que sacudían al mundo no dejaron indiferentes a algunos de sus profesores que, influenciados por los ideales marxistas, le empujaron a leer a Marx y Engels para que fuese capaz de participar en sus debates. A Yasuo le interrogaban estas teorías particularmente revolucionarias en relación a la cultura nipona de esta época.
Sin embargo, lo que le chocaba, era el modelo exclusivamente materialista y unilateral de la sociedad propuesta por estas filosofías políticas revolucionarias. Pero, ¿qué era de los principios puramente espirituales del cristianismo?: "Yo me sentía incapaz,
decía, de adherirme incondicionalmente a uno u otro de estos extremos".
Total, Yasuo recibió pronto su diploma de fin de estudios. Sin embargo, aunque uno de sus maestros le había aconsejado proseguir sus estudios de historia económica, prefirió entrar en una empresa que, con un poco de suerte, un día le enviaría en misión a los Estados Unidos : su sueño entonces por fin se realizaría. Después de superar el examen de entrada en la firma Morinaga gracias a su buen nivel de inglés, debutó en este nuevo sitio.
Su familia estuvo encantada de verle establecido y en condiciones de ganarse la vida, pero él se dio cuenta de que había muy pocas posibilidades en este trabajo de ir un día al extranjero, veía sus días discurrir en una rutina triste y monótona. Su primo Tamotsu, ferviente admirador de Takakusujun Chiro, se convirtió en presidente de la nueva asociación de jóvenes budistas, movimiento que tenía por misión, no sólo poner dique a las olas fascistas que comenzaban a agitar Japón, sino también reformar las sociedad sobre nuevas bases budistas. Desgraciadamente, este movimiento fue disuelto por estar aliado al Frente Popular que, por otra parte, iba a traicionarle algún tiempo después. Yasuo se volvía cada vez más excéptico respecto a la integridad del
gobierno y de todos los movimientos políticos japoneses, fuesen cuales fuesen. En realidad, sus dudas no eran sin fundamento. Un día se enteró de que el general Majima - que en otro tiempo había sido alumno de la escuela de Saga donde Yasuo hizo sus estudios, y por el cual sentía una enorme admiración - había sido arrestado por la policía como sospechoso de haber participado en los motines del veintiseis de febrero de mil novecientos treinta y seis. Este arresto fue para él un terrible shock, no podía creer ni por un momento que Majima pudiese ser un traidor. En realidad, el general simplemente había protestado contra la política
fascista del clan militar Tosheya. La situación política empeoraba día a día, acrecentando la cólera y el sentimiento de soledad de Yasuo Deshimaru. Muy ajeno al medio y a la mentalidad de sus compañeros de trabajo, se volvió melancólico y se sintió insatisfecho. Le parecía imposible hablar de sus miedos y angustias a sus colegas que no se sentían para nada afectados por estos problemas. Por otra parte, dudaba en adherirse a la asociación político-religiosa dirigida por su primo cuyo sectarismo le asustaba un poco. Como no conseguía resolver sus dilemas, todo para él tenía un gusto a cenizas. Sentía poco interés por las chicas, el vino, las diversiones superficiales o por un eventual aumento de salario. Creía que nunca podría consagrar su existencia a los negocios. La vida que le parecía, pues, más o menos desprovista de sentido. Entonces, ¿cómo iba a vivir si ni los placeres y los deseos ordinarios de la vida ni la integración en el trabajo le satisfacían?
ISe sentía extremadamente y profundamente solo. Había leído en la Biblia esta frase: "No es bueno que el hombre esté solo". Le habría gustado mucho encontrar una compañera, pero sin duda aún no había llegado el momento. Es por esta época, más o menos, cuando recibió una carta de la mujer del general Majima - que extraño es el destino - sugiriéndole que fuese a visitar al Maestro Kodo Sawaki que vivía en el templo de Soji-ji,
en los alrededores de Soromi, quien se había convertido en godo (el godo es el responsable de la enseñanza del zazen y de la disciplina del monasterio). Siguió su consejo, pensando que quizás Kodo Sawaki le aportaría alguna ayuda para resolver todos los problemas que le atormentaban.
Deshimaru cuenta su primera visita al templo de Soji-ji : "Llegué, dice, delante del gran pórtico que guardaba la entrada del recinto del templo. En el interior, se distinguían pinos muy grandes, inmensos e imponentes, cuya elevada copa se sumergía en las nubes.
Ocultaban el edificio principal. La más completa limpieza reinaba en el templo, en contraste con las calles del barrio de alrededor, polvorientas y cubiertas de desechos. Me quité los zapatos a la entrada y pregunté el camino. Varios monjes con largos ropajes negros esperaban a los visitantes detrás de un mostrador. Tímidamente, les pregunté si podía ver al Maestro Kodo Sawaki. Un joven monje silencioso me guió enseguida a través de los largos pasillos hasta la habitación del godo. El ambiente era tranquilo. Era mediados de otoño, los gorriones piaban en el jardín en medio
de crisantemos anaranjados. Me anuncié timidamente a la puerta y Sawaki, que me esperaba, me gritó inmediatamente con su profunda voz : "¡Entre!". Abrí la pared corredera y le encontré en postura de zazen, imóvil, tranquilo y fuerte, como un dragón listo para saltar. Muy sorprendido, le miré fijamente. No se movió. Me anuncié de nuevo. No hizo ni un movimiento, ni siquiera me echó un vistazo pero, con la misma voz plena y fuerte, me soltó: "¡Espera un poco! Majima me dijo que vendrías a visitarme, estaba impaciente por verte." Al fin, después de unos instantes, se volvió y me escudriñó desde el fondo de sus ojos de color almendra que eran vivos y brillantes. No pude decir nada, pero le devoré yo mismo con la mirada. Tenía alrededor de cincuenta años. Aunque habiéndole ya conocido cuando era más joven, sólo en ese momento sentí su fuerza con tanta agudeza, y la comunicación que se estableció entre nosotros fue como una enorme ola barriendo todas mis cavilaciones del momento, instantaneamente. Tras abandonar la postura de zazen, cruzó con firmeza los brazos en las mangas de su hábito. Su apariencia era sólida como una montaña, pero emanaba de él una dulzura universal. Me preguntó simplemente por mi trabajo.
"No va como me gustaría, respondí.
-¿No eres demasiado difícil y demasiado orgulloso?"
Sus palabras llenas de un caluroso interés me llegaron a lo más profundo de mi mismo. Tenía razón.
"Me tengo un poco por el gallo de Saga, le dije.
-Ah, ¡tú también te acuerdas de esa historia! dijo echándose a reir. Pero tengo la impresión de que los gallos no son los únicos en subírseme a las barbas. ¡A los hombres también les gusta hacer lo mismo!"
Tuve la impresión de que este comentario iba dirigido a mí, de repente, ya no tuve ganas de hablar de lo que me preocupaba. Me dijo :
" Venme a visitar siempre que quieras, eres bienvenido aquí".
Acepté esta invitación con diligencia, pues me indicó que el domingo organizaba una sesión de zazen en la cual yo podría participar.
" Pero te prevengo, duelen las piernas, me dijo.
- Oh, lo sé, hice zazen en el monasterio de Enkaku-ji cuando era estudiante, le dije. Y le conté lo que había pasado.
- ¿Qué clase de salvaje eres? dijo. Eres un chiquillo insoportable, has debido de ser muy difícil de educar. No hagas eso, aquí, en mi dojo, soy yo quien da el kyosaku, y no te mataré a palos. Sin embargo, soy extremadamente severo en cuanto a la postura
- ¿Qué quiere decir? Me gustaría mucho que me mostrase como sentarse. "
De primeras, el Maestro Kodo Sawaki pareció no haber entendido lo que le preguntaba. Sin embargo, un minuto después, cogió un zafu y lo colocó delante de mí:
" Siéntate, te lo voy a mostrar.
- ¿Qué? ¿Aquí? ¿Ahora mismo?
- ¡Sí, sí!". Comencé a arrepentirme de mis palabras. Tenía la impresión de estar pasando un examen. Tenso y nervioso, no tuve pues más remedio que sentarme como me habían enseñado en Enkaku-ji. Me examinó un momento y después comentó:
"Tu postura es correcta y está llena de energía, pero tus manos están mal colocadas. Hay que poner la mano derecha en la mano izquierda, la mano izquierda sobre la mano derecha y juntar los pulgares. También tienes que bascular bien la pelvis hacia adelante, para que estires completamente la columna vertebral.
- Entiendo.
- No se trata de entender. Vas a tener que intentarlo innumerables veces antes de llegar naturalmente a esta postura. Bueno, disculpame, ahora tengo que ir a dirigir el zazen. En mi ausencia, te dejo estas frutas: estos kakis son para tí. Estaré
de vuelta en una o dos horas".
Me peló él mismo un kaki, después, se dirigió a una estantería, y cogió dos o tres polvorientos libros de encuadernaciones antiguas a los cuales añadió una libreta de notas mugrienta.
"Creo que te gusta leer. Harás bien leyendo ésto. Así cambiarás las tonterías clásicas que lees". Acababa justamente de leer en Takiguchi Yudo: "La literatura habitual es casi siembre aburrida, a menudo emplea medios indirectos y obscuros para transmitir un mensaje muy simple. Raramente se encuentra en ella un contenido
enriquecedor."
Antes de que saliera de la habitación, le pregunté si podía participar en la sesión de zazen. Rechazó con firmeza, so pretexto de que me dolerían las piernas y de que no servía para nada apresurarse, lo que seguramente azuzó aún más las ganas que tenía de intentarlo. Entonces me quedé solo, totalmente a mis anchas en la habitación donde se amontonaban tantos libros antiguos sobre budismo. Estaba sorprendido de que un hombre de clase tan modesta hubierse podido leer tanto. Probé uno de los kakis que me había ofrecido tan amablemente, pero era tan amargo, tan acre, que pronto mis papilas estaban como paralizadas. Me pregunté si el maestro lo había hecho a propósito y había querido burlarse de mí pero, impresionado por su amabilidad, probé de todas formas el segundo kaki. Me pareció mucho más dulce, tal vez mi
lengua se había habituado. Escogí cuidadosamente un tercero que parecía más maduro:¡ Ah! ¡al fin! éste estaba realmente delicioso. A fuerza de probar, lo había encontrado a pesar de todo. El cuarto estaba como mínimo igual de bueno. Después me volví hacia los libros que el maestro me había dejado. Comencé por su libreta de notas.
Enseguida encontré unos comentarios que me impresionaron por su profundidad. He aquí algunos extractos que se me quedaron en la mente:
"Zazen, es aprehender algo del espíritu de Buda, mediante
la experiencia.
Zazen, es cambiar radicalmente nuestro propio espíritu.
Zazen es una revolución fundamental de nuestra vida.
Zazen, es renacer, descubrir una nueva vida.
Zazen, es pasar bajo un arco de triunfo. Es la mayor victoria de nuestra vida.
El verdadero zazen es la puerta principal para penetrar el secreto del budismo. Y zazen es en sí mismo el secreto y la esencia del budismo.
Zazen es en sí mismo el satori (la iluminación). El satori no es otra cosa que la práctica de zazen.
Zazen no es ni la austeridad ni la mortificación. Es el verdadero acceso a la felicidad, a la paz, a la libertad.
Zazen, es la re-creación de uno mismo, y es la comprensión del verdadero yo.
Zazen no es ni un razonamiento, ni una teoría, ni una idea. No es un conocimiento a adquirir mediante el cerebro, es unicamente una práctica.
Zazen no es un "juego" dialéctico, ni un concepto filosófico.
Zazen, es la sabiduría suprema. Es encontrar la verdadera libertad de nuestro espíritu.
Zazen es el paso del hombre hacia lo último y su posibilidad de experimentar la respuesta de lo último.
Zazen, es la transmisión del verdadero espíritu del maestro al discípulo. Es una transmisión directa, una comnicación inmediata de espíritu a espíritu, de ser a ser.
Zazen, es el abandono de todo nuestro yo. Es el olvido de nuestro yo. Es la total renuncia a este yo. Porque no podemos encontrar todo más que abandonando todo.
Zazen, es fundirse con todo el universo.
Reflexiona, analiza tus necesidades espirituales, vuélvete hacia las necesidades fundamentales y supremas del hombre.
El Zen es una nueva vida.
El Zen nos permite adaptarnos a nuestro entorno, sin dejarnos arrastar por él.
No debemos dejarnos dominar por nuestra historia ni por la sociedad en la que vivimos, pero en ningún caso debemos ignorarla o ser incapaces de armonizarnos con ella.
El Zen nos permite ir hasta el extremo de nuestra soledad; el hombre solo debe poder descubrir hasta lo más íntimo de sí mismo. Como el Shodoka tan bien lo expresa, avanza solo el que está emancipado.
Un hombre santo no tiene necesidad de nada. Aquel que ha alcanzado su verdadero yo avanza a grandes pasos, nadie es superior a él, se siente uno con el universo ".

Me sentía compleamente de acuerdo con todas estas sentencias. ¿Qué puede dar al hombre la felicidad más grande? ¿La ciencia, la filosofía, la riqueza, el amor? Seguramente, el hombre puede encontrar la felicidad de diversas formas, pero sólo el despertar interior puede procurarle la verdadera felicidad, sólo este despertar alivia el dolor y apacigua la angustia. Los que codician o corren detrás de la felicidad exterior no estarán nunca satisfechos -incluso si alcanzan los puestos de mayor responsabilidad, incluso si encuentran a las mujeres más bellas, incluso si son los más ricos- si no aceptan perder o ir a menos sin lamentarlo, si no pueden encontrar la alegría en la mayor simplicidad -en el soplo del viento, por ejemplo. Algunos creen que, cuando están enamorados, ya no necesitan de la religión, pero todo cambia, nada permanece estable ni se detiene, todo rastro de toda cosa desaparece y ninguna persona es eterna. Estos cambios son los que crean nuestra soledad. Hay que
comprender que este mundo de la relatividad y del cambio es infinito. Estaba completamente absorto en la lectura de los libros que me había dejado Kodo. Cuando el maestro entró, se dió cuenta inmediatamente de todos los kakis que faltaban y pareció sorprendido de mi glotonería. Entonces me propuso aclararme la garganta con algo mejor. Era una botella de aguardiente de arroz que sacó de un papel de periódico viejo:
"Es de la mejor cosecha. Me la envió un tal Koga No se lo digas a nadie, tú vas a ser el primero en probarlo. Pero ten cuidado con no beber demasiado porque es un alcohol muy fuerte. ¡Será mejor que no acabes tirado borracho en la calle!"
Me decía todo ésto mientras me llenaba un bol de te hasta arriba con este alcohol de 45°.
- ¡Vaya, Maestro, es más que demasiado para aclararme la garganta!
- ¡Cállate! Aquí, no tienes nada que decir."
Me pasó el bol lleno hasta el borde.
- Bueno. Y ahora, ¡vacíalo! ¡Kampai!".
No sabía que hacer con esta copa desbordante. Desconfiaba un poco porque pensaba que estaba jugándome una mala pasada. Aproximé lentamente la copa a los labios y después me la bebí de un trago, acordándome del famoso litro de sake que me había bebido de un trago cuando era más joven, exasperado por mis camaradas que se estaban burlando de
mí diciendo que no era un hombre si no bebía alcohol. El resultado fue que que caí en coma y
acabé en el hospital.
"Está claro que te lo has bebido, me dijo Kodo. ¿Qué dices de otro bol?
- Ah no no no, gracias. Este alcohol, es realmente demasiado demasiado fuerte...
No no no, ¡ya basta!
- Vamos, estás lo bastante cuadrado para absorver un segundo kampai", dijo sonriendo.
Me decidí pero, mientras él colocaba la botella, mi estómago se encendió de repente como un horno. Tenía la cara ardiendo.
" Quiero agradecerle el que me haya invitado a este delicioso aguardiente, dije, en un estado raro.
- Sobre todo, ¡no se lo digas a nadie!" me repitió.
Parecía que me fuese a explotar el estómago. Tengo que dejar el templo rápidamente, sino los monjes van a arrastrarme borracho hasta la puerta. Me despedí, pues, del maestro que me dijo:
" Vuelve el próximo domingo, te enseñaré zazen. "
¿Por qué me había animado a beber cuando el alcohol estaba prohibido a aquellos que querían alcanzar la sabiduría de Buda? El efecto de este aguardiente comenzó a hacerse sentir. Moví ligeramente los brazos para saludarle y la cabeza ya me daba vueltas cuando abrí la puerta para salir. Pero me llamó y me entregó los libros que me había
prestado acusándome de descortesía por no habérmeles llevado. Me disculpé y me apresuré a ir a la salida que se encontraba al final del pasillo. Por más rápido que quería hacerlo, perdía poco a poco todo control. Al cabo de un momento, me di cuenta de que dejaba atrás la salida. Después, de repente, me me acordé de mis hermosos zapatos, completamente nuevos, que
que había olvidado en la entrada. Me lancé en esa dirección, decidiendo llevarles hasta la habitación del maestro la próxima vez. Registré furiosamente la caja donde se amontonaban los zapatos antes de encontrar los míos. Ahora, había que ir hasta el gran pórtico... pero, ¿dónde podía estar? Titubeando y tambaleandome, me puse a cantar a voz en grito. Me flaqueaban las piernas, estaba cada vez más cerca de irme al suelo. ¡Cuidado con los monjes del templo!, si me descubren, ¡va a ser un espantoso
escándalo! ¡Es absolutamente necesario que encuentre un rincón solitario donde nadie me vea!
Al final me tumbé pesadamente debajo de un pino, detrás de unas malezas. El corazón se me salía del pecho. "Sí que me ha jugado una mala pasada este maestro. Ahora he infringido las reglas del budismo. Y encima, mi ropa está toda sucia. Tendría que levantarme, pero... "

Finalemente, hice un gran esfuerzo, pero no conseguí más que levantar la cabeza. A fin de recuperar mis facultades, me puse a respirar profundamente como en zazen. Entonces me di cuenta de que mi trasero estaba húmedo. Me había sentado encima de una cagarruta fresca de perro. ¡Mi ropa! Traté de limpiarme con un pañuelo, pero no conseguí librarme de aquel horrible olor. ¡Por nada del mundo quería que alguien me viese en ese estado! Al fin, conseguí ponerme de pie, vacilante, maloliente, la sangre en la cabeza; esquivando la mirada de los transeuntes. Dejé el templo de Soji-ji y
llamé a un taxi. El conductor del taxi me sonrió con un gesto de complicidad: "¡He aquí al menos uno que comienza bien el día! ¡Tiene suerte de poderse emborrachar desde por la mañana! " Entonces le conté mi contratiempo, que le hizo reir mucho."

lunes, 21 de enero de 2008

Om El Sonido Sagrado


La sílaba "OM" cuya letra sánscrita está representada por el símbolo que se encuentra en la parte superior derecha de la página, representa, para el Yoga, la vibración primordial de todo el Universo. Es un concepto abstracto, pero análogamente a la teoría moderna del Big Bang o estallido primordial del Universo, "OM" es la vibración original de donde proviene toda la creación. En sí, "OM" es una vibración, cuya interpretación audible se traduce en "Om". Es el mantra o sonido más poderoso de todos los mantras. Por medio de la meditación en "Om" el Yogui alcanza el estado de liberación o "moksha". Se utiliza como un poderoso sonido abstracto (sin objeto de representación) en la meditación. Por medio de la repetición mental de la sílaba "Om" la mente se va volviendo cada vez más firme y estable, sus olas se calman y se deja traslucir el fondo del océano de paz y felicidad infinita o "ananda". Sus vibraciones brindan un flujo positivo de vibraciones que se sienten en todo el cuerpo, estimulando particularmente la glandula hipófisis. En el sistema Yóguico este poderoso mantra o sonido místico es el "bija" o semilla del chakra ajña, y por medio de su repetición mental y la fijación de la mente en este chakra es activado, quedando la mente suspendida. Las corrientes vitales dejan de funcionar de forma dual, se disuelve la ilusión de separatividad e individualidad. El Yogui se vuelve como una taza sumergida en el océano, llena por dentro y por fuera de agua.